«Fuenteovejuna» es, probablemente, la más exitosa de las piezas teatrales del español Lope de Vega y Carpio (1562-1635). Siguiendo a los especialistas, se conjetura que debió ser escrita entre 1612 y 1614. Lo que no se conjetura es el hecho de que el autor tuvo a la vista –o se inspiró– en una revuelta campesina ocurrida en la villa de Fuenteovejuna, unos ciento treinta años antes, en 1476. La noticia de los hechos pudo llegarle por vía oral y, complementariamente, pudo haberla leído o sabido por una crónica publicada por fray Francisco de Rades en 1572 en Toledo.
Fuenteovejuna era un poblado que dependía de la ciudad de Córdoba. Allí acaeció un levantamiento de sus habitantes contra la autoridad, circunstancia que remató en el ajusticiamiento colectivo del Comendador Fernán Gómez de Guzmán. ¿Qué pudo incitar a Lope para rescatar del pasado tal acontecimiento y ofrecerlo a sus contemporáneos? Ciertamente, Lope tenía buen olfato para percatarse de la atracción potencial de una historia. Sólo que para que eso dé resultado, debe producirse una convergencia básica entre el interés del autor y el interés del público. Se admite que Lope recrea los sucesos libremente, pero no estamos en condiciones de establecer dónde termina la realidad y dónde comienza la ficción.
El hecho es que en la obra el Comendador Gómez de Guzmán abusa de su autoridad y multiplica sus afrentas, siendo en especial las mujeres del villorrio sus víctimas predilectas. Laurencia, que es objeto de particular seguimiento por parte del desatado comendador, precisa lo que ya es vox populi: “¡Cuántas mozas en la villa/ del Comendador fiadas/ andan ya descalabradas!”. Verificando aquello de que siempre se sabe cómo comienzan las cosas, pero nunca cómo terminan, el comendador termina siendo víctima de un ajusticiamiento colectivo. Dada la gravedad de lo ocurrido, un juez inicia la correspondiente investigación, con el propósito de identificar a los responsables individuales y aplicar justicia. Para sorpresa del magistrado, la respuesta de cada interrogado es que todos ellos son culpables; en consecuencia, el culpable es el colectivo, esto es, Fuenteovejuna. El juez da testimonio de su impotencia: “Trescientos he atormentado con no pequeño rigor / y te prometo, señor, que más que esto no he sacado. / Hasta niños de diez años al potro arrimé / y no ha sido posible haberlo inquirido / ni por halagos ni engaños”.
Restituida la normalidad, desde luego sin culpables, Fuenteovejuna vuelve a su bucólico transcurrir. Sin duda, al lector de hoy han de asaltarle todas las tentaciones de ver lo presente en un pasado tan distante, como cuando los medievales representaban a Aristóteles con túnica de sacerdote. El afamado escritor, filólogo y crítico Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) cree que «Fuenteovejuna» es un drama profundamente democrático. Y en los últimos tiempos abundan los montajes feministas en las salas españolas. ¿Era Lope un demócrata y, además, un antecesor del feminismo actual? De preguntárselo, es muy probable que no hubiese sabido qué contestar. ¿Democracia, feminismo? Con todo, y por los tiempos del autor español, diversos pensadores europeos, en particular los de la llamada Escuela de Salamanca, habían argumentado y proclamado el derecho soberano de un pueblo para sublevarse contra la injusticia manifiesta y vergonzante de un monarca.
En cuanto a la vena feminista de Lope, ello es algo que resulta bastante más problemático de argumentar y ratificar. Por la época del dramaturgo, la caza de brujas gozaba de muy buena salud en Europa. Se trataba de un esfuerzo exitoso y bien visto el de degradar, demonizar y eliminar a las mujeres, particularmente a las campesinas acusadas de brujería. Investigadores dados a las estadísticas cifran en unas doscientas mil las mujeres que fueron acusadas de brujería y en al menos unas cien mil las que fueron asesinadas bajo estos cargos entre los siglos XVI y XVII. Los conquistadores españoles llevaron la caza de brujas a la América recién invadida, junto con la espada y la cruz. Dado este escenario, parece muy improbable que Lope simpatizara con las mujeres víctimas de acosos sexuales y, de serlo, que se atreviera a testimoniarlo en una pieza de teatro exitosa, pues se sigue representando cuatro siglos después de su publicación en 1619.
La idea de justicia como expresión espontánea del pueblo en la solución de un conflicto en que la misma autoridad se ha puesto en entredicho, puede resultar una hipótesis mucho más plausible. Le pareciera justa o no la rebelión, justo o no el ajusticiamiento del comendador, a Lope no pudo escapársele que el tema mismo tenía todos los ingredientes emocionales como para encender a la audiencia. Temas como la atracción que ejerce el poder casi ilimitado, el de la indignante arbitrariedad de una administración torcida, la idea de sacralidad o de pureza en el amor, el incontenible deseo de venganza que despierta su violación, el anhelo sublime e impotente a la vez porque se haga justicia; todos ellos son temas tan actuales hoy como en los tiempos de aquellos campesinos de un villorrio perdido en la península ibérica que, sin pretenderlo, se atrevieron a hacer historia.
[Publicado originalmente en la revista La Panera]