El complicado arte de predecir

Especialistas no solamente nacionales tienen puesta su atención en el norte de Chile y el sur del Perú, en la convicción de que sucederá un terremoto de gran magnitud en esa zona, con el agregado de un poderoso tsunami. Hay acuerdo técnico en que ocurrirá, pero no hay modo de establecer con certeza sobre el lapso del tiempo de espera. La capacidad de predecir con precisión eventos sísmicos de envergadura sigue estando en el debe, lo cual tiene que ver básicamente con el estado del conocimiento en el área.

Pero, si predecir en materia de terremotos con algún grado de probabilidad constituye un tipo de incógnita, hay otros ámbitos en que el asunto se vuelve todavía más recalcitrante. Por ejemplo, en las ciencias sociales. Porque la dificultad en la sismología no radica en la imposibilidad de la predicción sino en el momento futuro de la ocurrencia de un evento significativo; el cinturón de fuego del Pacífico reúne tal cantidad de características telúricas y una historia tan conocida como para respaldar muchas predicciones, aunque no su cronograma.

En la evolución de las sociedades, la predicción misma es un problema. Para recurrir a las analogías, se parece más al pool que al dominó. En el dominó, las posibilidades son numéricamente acotadas. Si somos cuatro los jugadores, si hay cinco fichas con el número dos en la mesa, y si yo tengo un cinco entre mis fichas no mostradas, se puede predecir que uno de los restantes jugadores tiene el cinco que falta, puesto que para cada número hay siete fichas. Si, a continuación observo los números de las fichas que combinan con el número dos en las fichas a la vista, y hago lo propio con la que yo tengo, entonces la ficha que falta es, digamos, el 2/3. Sólo me hace falta saber quién tiene la ficha faltante. Este escenario acota rápidamente las jugadas futuras posibles.

El pool tiene una complejidad distinta. Si bien el jugador desarrolla un tiro específico con la bola blanca para golpear la bola siete de modo que caiga en uno de los hoyos, puede decidir una dirección que provoque una carambola con una tercera bola, considerando el factor de las bandas de la mesa. Pero, a menos que estemos ante un jugador simplemente excepcional, no es mucho más lo que se puede provocar o determinar. Entre las muchas variables hay que considerar que la bola no caiga donde pretendemos, que rebote con otra y que deje una bola distinta a merced del juego del contrincante, que nuestro golpe inicial tenga excesiva fuerza, que la fuerza no sea la suficiente, que se resbale el taco, que la bola a la que hay que pegar esté detrás de otras bolas, que la mesa tenga una leve inclinación en una zona cualquiera, etc; en fin, un sinnúmero de variables en el juego. Dado que con alta seguridad no estamos en el ránking de los jugadores excepcionales, lo más seguro es que el juego se convierta en una secuencia de incertidumbres y de consecuencias accidentales que nadie puede controlar cabalmente.

De modo que no resulta intelectualmente oneroso reconocer que predecir fenómenos naturales no es lo mismo que predecir fenómenos sociales. Quedaron atrás los tiempos ingenuos. Se cuenta que en la corte del emperador romano Augusto (27 a.C–14 d.C) había sacerdotes especialistas en augurios, que los identificaban interpretando el vuelo de los pájaros y para lo cual tenían lugares especiales de observación. Así, aconsejaban qué hacer y qué evitar. Por lo demás, más de mil años y tantos después, los historiadores no logran ponerse de acuerdo sobre lo que determinó la caída del imperio romano. A menos de querer someterse al más ofensivo de los ridículos, ningún cientista social pretendería hacer predicciones observando pájaros. Los economistas han inventado el concepto de ‘volátiles’ para referirse a escenarios financieros cuyo futuro no son capaces de establecer, lo cual es un reconocimiento público de ignorancia. Decir ‘volátil’ tiene su equivalente en la idea de ‘estallido social’ o ‘explosión’ social, analogías que refieren a explosivos.

Especialistas no solamente nacionales tienen puesta su atención en el norte de Chile y el sur del Perú, en la convicción de que sucederá un terremoto de gran magnitud en esa zona, con el agregado de un poderoso tsunami. Hay acuerdo técnico en que ocurrirá, pero no hay modo de establecer con certeza sobre el lapso del tiempo de espera. La capacidad de predecir con precisión eventos sísmicos de envergadura sigue estando en el debe, lo cual tiene que ver básicamente con el estado del conocimiento en el área.

Pero, si predecir en materia de terremotos con algún grado de probabilidad constituye un tipo de incógnita, hay otros ámbitos en que el asunto se vuelve todavía más recalcitrante. Por ejemplo, en las ciencias sociales. Porque la dificultad en la sismología no radica en la imposibilidad de la predicción sino en el momento futuro de la ocurrencia de un evento significativo; el cinturón de fuego del Pacífico reúne tal cantidad de características telúricas y una historia tan conocida como para respaldar muchas predicciones, aunque no su cronograma.

En la evolución de las sociedades, la predicción misma es un problema. Para recurrir a las analogías, se parece más al pool que al dominó. En el dominó, las posibilidades son numéricamente acotadas. Si somos cuatro los jugadores, si hay cinco fichas con el número dos en la mesa, y si yo tengo un cinco entre mis fichas no mostradas, se puede predecir que uno de los restantes jugadores tiene el cinco que falta, puesto que para cada número hay siete fichas. Si, a continuación observo los números de las fichas que combinan con el número dos en las fichas a la vista, y hago lo propio con la que yo tengo, entonces la ficha que falta es, digamos, el 2/3. Sólo me hace falta saber quién tiene la ficha faltante. Este escenario acota rápidamente las jugadas futuras posibles.

El pool tiene una complejidad distinta. Si bien el jugador desarrolla un tiro específico con la bola blanca para golpear la bola siete de modo que caiga en uno de los hoyos, puede decidir una dirección que provoque una carambola con una tercera bola, considerando el factor de las bandas de la mesa. Pero, a menos que estemos ante un jugador simplemente excepcional, no es mucho más lo que se puede provocar o determinar. Entre las muchas variables hay que considerar que la bola no caiga donde pretendemos, que rebote con otra y que deje una bola distinta a merced del juego del contrincante, que nuestro golpe inicial tenga excesiva fuerza, que la fuerza no sea la suficiente, que se resbale el taco, que la bola a la que hay que pegar esté detrás de otras bolas, que la mesa tenga una leve inclinación en una zona cualquiera, etc; en fin, un sinnúmero de variables en el juego. Dado que con alta seguridad no estamos en el ránking de los jugadores excepcionales, lo más seguro es que el juego se convierta en una secuencia de incertidumbres y de consecuencias accidentales que nadie puede controlar cabalmente.

De modo que no resulta intelectualmente oneroso reconocer que predecir fenómenos naturales no es lo mismo que predecir fenómenos sociales. Quedaron atrás los tiempos ingenuos. Se cuenta que en la corte del emperador romano Augusto (27 a.C–14 d.C) había sacerdotes especialistas en augurios, que los identificaban interpretando el vuelo de los pájaros y para lo cual tenían lugares especiales de observación. Así, aconsejaban qué hacer y qué evitar. Por lo demás, más de mil años y tantos después, los historiadores no logran ponerse de acuerdo sobre lo que determinó la caída del imperio romano. A menos de querer someterse al más ofensivo de los ridículos, ningún cientista social pretendería hacer predicciones observando pájaros. Los economistas han inventado el concepto de ‘volátiles’ para referirse a escenarios financieros cuyo futuro no son capaces de establecer, lo cual es un reconocimiento público de ignorancia. Decir ‘volátil’ tiene su equivalente en la idea de ‘estallido social’ o ‘explosión’ social, analogías que refieren a explosivos.

Especialistas no solamente nacionales tienen puesta su atención en el norte de Chile y el sur del Perú, en la convicción de que sucederá un terremoto de gran magnitud en esa zona, con el agregado de un poderoso tsunami. Hay acuerdo técnico en que ocurrirá, pero no hay modo de establecer con certeza sobre el lapso del tiempo de espera. La capacidad de predecir con precisión eventos sísmicos de envergadura sigue estando en el debe, lo cual tiene que ver básicamente con el estado del conocimiento en el área.

Pero, si predecir en materia de terremotos con algún grado de probabilidad constituye un tipo de incógnita, hay otros ámbitos en que el asunto se vuelve todavía más recalcitrante. Por ejemplo, en las ciencias sociales. Porque la dificultad en la sismología no radica en la imposibilidad de la predicción sino en el momento futuro de la ocurrencia de un evento significativo; el cinturón de fuego del Pacífico reúne tal cantidad de características telúricas y una historia tan conocida como para respaldar muchas predicciones, aunque no su cronograma.

En la evolución de las sociedades, la predicción misma es un problema. Para recurrir a las analogías, se parece más al pool que al dominó. En el dominó, las posibilidades son numéricamente acotadas. Si somos cuatro los jugadores, si hay cinco fichas con el número dos en la mesa, y si yo tengo un cinco entre mis fichas no mostradas, se puede predecir que uno de los restantes jugadores tiene el cinco que falta, puesto que para cada número hay siete fichas. Si, a continuación observo los números de las fichas que combinan con el número dos en las fichas a la vista, y hago lo propio con la que yo tengo, entonces la ficha que falta es, digamos, el 2/3. Sólo me hace falta saber quién tiene la ficha faltante. Este escenario acota rápidamente las jugadas futuras posibles.

El pool tiene una complejidad distinta. Si bien el jugador desarrolla un tiro específico con la bola blanca para golpear la bola siete de modo que caiga en uno de los hoyos, puede decidir una dirección que provoque una carambola con una tercera bola, considerando el factor de las bandas de la mesa. Pero, a menos que estemos ante un jugador simplemente excepcional, no es mucho más lo que se puede provocar o determinar. Entre las muchas variables hay que considerar que la bola no caiga donde pretendemos, que rebote con otra y que deje una bola distinta a merced del juego del contrincante, que nuestro golpe inicial tenga excesiva fuerza, que la fuerza no sea la suficiente, que se resbale el taco, que la bola a la que hay que pegar esté detrás de otras bolas, que la mesa tenga una leve inclinación en una zona cualquiera, etc; en fin, un sinnúmero de variables en el juego. Dado que con alta seguridad no estamos en el ránking de los jugadores excepcionales, lo más seguro es que el juego se convierta en una secuencia de incertidumbres y de consecuencias accidentales que nadie puede controlar cabalmente.

De modo que no resulta intelectualmente oneroso reconocer que predecir fenómenos naturales no es lo mismo que predecir fenómenos sociales. Quedaron atrás los tiempos ingenuos. Se cuenta que en la corte del emperador romano Augusto (27 a.C–14 d.C) había sacerdotes especialistas en augurios, que los identificaban interpretando el vuelo de los pájaros y para lo cual tenían lugares especiales de observación. Así, aconsejaban qué hacer y qué evitar. Por lo demás, más de mil años y tantos después, los historiadores no logran ponerse de acuerdo sobre lo que determinó la caída del imperio romano. A menos de querer someterse al más ofensivo de los ridículos, ningún cientista social pretendería hacer predicciones observando pájaros. Los economistas han inventado el concepto de ‘volátiles’ para referirse a escenarios financieros cuyo futuro no son capaces de establecer, lo cual es un reconocimiento público de ignorancia. Decir ‘volátil’ tiene su equivalente en la idea de ‘estallido social’ o ‘explosión’ social, analogías que refieren a explosivos.

El precario saber disponible permite la aparición de los generales después de la batalla y de todos aquellos que interpretaron éstos o aquellos hechos (desde la arrogancia de las élites económicas y políticas hasta la irritante desigualdad crónica) como signos o señales de lo que tenía que ocurrir. En fin, el reconocimiento de la propia ignorancia es lo más decente a hacer. Y si ocurre este reconocimiento, habría que aclarar que tiene que referirse tanto a lo que ya sucedió como a lo que eventualmente suceda. En cualquier caso, hay dos posturas extremas que vale la pena tratar de evitar: actuar sin pensar y pensar sin actuar.


[Publicado originalmente en la revista La Panera]